viernes, 3 de febrero de 2012

Nuestro Martes Santo.

Para muchos de nosotros, el Martes Santo es un día con un sabor especial. Es especial hasta en su comienzo, pues no empieza cuando nos despertamos esa mañana, sino cuando, con el cansancio en el cuerpo, nos despojamos del uniforme el Lunes Santo por la noche. 

Es especial en su esencia pues, tras más de diez años, nos ha regalado momentos inolvidables, gracias a los que muchos de nuestros componentes constan en las listas de hermanos de Las Penas. Es especial desde que, sobre las dos del mediodía, nos encontramos, como cada día de ESA semana, en nuestro ágape particular del bar Ébano. Todo son sonrisas. Vestigios quizá de tiempos pasados cuando no existían en nuestras retinas momentos con Humildad o con Pasión. Vestigios que no son cenizas, sino que a día de hoy siguen manteniéndose firmes en nosotros. Sólo hay que ver los forros de nuestras gorras de plato.

No desmerece a ninguno, y seguramente es más pasión del que suscribe estas líneas, que realidad fehaciente. Lo que sí queda patente es que, cuando sale el Crucificado, y la banda se agolpa contra las ruinas de la antigua muralla, algo ocurre. 


Sale sin hacer ruido, casi flotando, casi sin aplausos. Sale humilde, sin extravagancia. Sale con "Cristo del Amor", y la Plaza Virgen de las Penas es testigo del comienzo de algo grande. La curva a Pozos Dulces no es más que la primera de las muchas y enrevesadas calles intramuros de la ciudad. Suena la marcha, y el discurrir por esa calle no le es indiferente a nadie, y para ello tengo un irrefutable testimonio gráfico. Somos los propios componentes los que no dejamos de mirar como, su cimbreo es imponente, sus arbotantes le acompañan en cada vaivén, provocando nuestra alegría. La calle huele a cera y a incienso, y aunque suene contradictorio, suena a "Silencio". 


Van sucediéndose las marchas. Van sucediéndose las curvas. Pero una de ellas es especial; la entrada a Calle Nueva. Quién sabe si por la dificultad que entraña, por la estampa que depara, que no es otra que la de una flama dorada brillando por el Sol que, por la espalda nos irradia su calor en C/ Cisneros, o por el enclave que va a sucederla. Calle antigua pero Nueva, angosta y umbría, donde retumban nuestros redobles al paso firme de un crucificado. Lugar propio para marchas de la categoría de "Refúgiame" o "Reinas del Baratillo". Lugar indicado para que, el cofrade de a pie, observe que no todo es San Agustín, y que la luz del día puede deparar estampas de igual empaque que la que viviremos después. 


Atrás queda Puerta del Mar, la estrechez de Panaderos, las prisas en Ordóñez por entrar en recorrido oficial a tiempo, y una Alameda principal que regala, de nuevo, ese brillo dorado del Sol que, por unos instantes, quisiera no estar en el firmamento, sino en Málaga, bajo el peso de Su cruz. Cuando pasamos calle Larios, no me preguntéis qué, pero algo huele diferente.



Huele mucho más a incienso. Huele a esfuerzo de portadores, a cera más gastada que a horas vespertinas. Ya ha caído la noche, y el torreón de la Catedral anuncia que lo mejor está por llegar. Que uno de esos momentos que dan gloria a cada día de Nuestra semana santa, está por venir aún. El refrigerio sabe a gloria, los labios están preparados, y suena la más Real de las marchas para hacer salir al Señor del Templo Mayor Malacitano. Anda así por la rampilla que da pie a San Agustín, donde, en su inicio, las luces de los flashes hacen reflejar la silueta  del crucificado en las paredes del Sanatorio Dr. Gálvez. Ya se adentra en el enclave.

La gente se arremolina, corre a nuestros lados, quieren hacerse un hueco en un sitio donde hay personas que llevan horas esperando a ver entrar la Cruz de Guía en caoba y plata, portada por un penitente burdeos. 

Es ahí, cuando baja el trono antes del patio de San Agustín, donde un centenar de músicos se funden en abrazos y deseos de suerte. Es inexplicable que sea allí, pues vivimos momentos de similar belleza y emoción en días previos, incluso en días futuros. Pero es allí. Donde se te acerca alguien con quien compartes uniforme pero parca conversación, te da un abrazo, y te dice "niño, ya estamos aquí un año más". Donde las filas de la banda adoptan formas curvas, pues lo estrecho de la vía no da opción al esparcimiento.

Ahora sí, suena la campana, y no redoblan los tambores. No es necesario. Las palilleras se entremezclan con los pasos de los portadores, y el inconfundible chorro de voz de Pepe Narváez, capataz del trono. "Avanzad", grita, y una corneta anuncia "Noches de Lunes Santo". 


Nervios, emoción, expectación regenerada un año más, tanto por nuestra parte como por la del público que allí asiste, atónito, a un enclave que hasta el mayor de los detractores de esta fiesta tiene que considerar especial. El trono avanza, más que nunca con la música, aunque los aplausos, a veces, no nos dejen oír ni siquiera a nosotros lo que estamos tocando. 

En la estrechez del Museo Picasso empieza a remitir el nerviosismo. La calle acaba, pero no el día. La curva a calle Granada, que tan buen sabor de boca nos dejó el Domingo, no defrauda. El discurrir por la vía nos hace ver que aún tenemos todos más fuerzas para seguir rezándole con música, y suena "Todo un Barrio a tus Pies", con un solo magistral de nuestro Abraham, y jamás se escuchó esta marcha con tanta potencia y sentir como aquella vez. 

Cuando el cansancio, por más que queremos evitarlo, se hace patente en nuestras espaldas, ya andamos por Nosquera, Carreterías y Muro de las Catalinas donde, de nuevo, las palilleras marcan el ritmo del avanzar del crucificado por tan sinuoso lugar. 

Llega el Señor a su casa, no sin antes regalarle dos marchas más de corazón y orgullo que de labio, pues a esas alturas ya hemos sobrepasado el medio centenar de marchas interpretadas. El crucificado posa su trono en el suelo, y mientras la banda avanza y se santigua ante su presencia, un estruendoso aplauso se deja oír entre el silencio de los allí presentes. Son los 140 portadores a los que, hace ya cuatro años, Alberto Zumaquero les dedicó la marcha "Tu Cruz sobre mis hombros", y que hoy han hecho gala de ello. Es un agradecimiento sonoro a nuestro esfuerzo musical, y bien que cala en nuestra mente.

Ha terminado el Martes, con el cansancio previsto. Nos espera, muy cerca de allí, un Cristo de mirada baja, resignado a su cautiverio, que rompe los moldes de la gramática y la sintaxis para cruzar LA puente hacia su tierra.


Nota: Los hechos relatados se corresponden al Martes Santo de 2010, ya que el pasado 2011 nos deparó nefasto día en el que, a diferencia del Lunes, donde pudimos al menos disfrutar del andar del Nazareno de Pasión, no nos regaló la meteorología la posibilidad de regalarle más música al crucificado.